El aire se hacía cada vez más denso y la fatiga del joven al
estar trabajando por horas, complicaba la eficacidad de su trabajo.
La presencia de vapores tóxicos y la inhalación de ellos por
los trabajadores obligaron a evacuar la fábrica. La mitad de los empleados ya
se encontraban fuera, sin embargo, un fuerte estruendo dejó sordos a los que
aún permanecían dentro. Una chispa, producto de una de las máquinas textiles
junto con gases inflamables, habían ocasionado un incendio que rápidamente se
expandió hacia el techo y la puerta de evacuación.
La humedad, el poco aire, el humo y los gases fósforo
provocaron la angustia y desespero de los trabajadores, quiénes cayeron
tendidos al suelo suplicando por ayuda. Los ojos del niño, secos por el humo
que deterioraba la capa superficial, originaron el enrojecimiento, impidiéndole
una vista clara.
La combustión consumía el poco oxígeno disponible y el
joven, ya consciente de que moriría por asfixia, apoyó su espalda en el extremo
de una de las máquinas textiles.
El poco aire que llegaba a su sangre, deteriorado, aún más
su salud y el único ruido que se escuchaba a excepción del fuego que consumía
cada vez más partes de la fábrica, eran las respiraciones agitadas de los
trabajadores, pues se sentían incapaces de producir sonido por la sensación de
ardor que quemaba sus gargantas.
El sentimiento de desorientación se hacía cada vez más
presente en el cuerpo del joven. Su piel se tornaba de un color pálido y morado
y su muy limitada visión observaba como muchos de los trabajadores tendidos en
el suelo perdían el conocimiento.
Tiempo más tarde el fuego consumía más de la mitad de la
fábrica y la fatiga producto de la dilatación de su tráquea, dificultaba
incluso su respiración. Sus párpados se sentían cada vez más pesados y su
cerebro por falta de oxígeno le pedía cerrar sus ojos.
El sonido inesperado de una sirena de bomberos renovó la
esperanza, pero su felicidad fue rápidamente reemplazada por un semblante
serio. El joven ahora permanecía apoyado en el suelo con sus brazos en el pecho
y sus ojos casi blancos por la pérdida del conocimiento. Los bomberos habían
llegado demasiado tarde, pues el niño ya había muerto. Lo último que se escuchó
de él fue la exhalación del poco aire en sus pulmones, que fue tan corta, que
se hizo imperceptible por el ruido de su entorno.
FIN
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